En el corazón de la economía global, la logística actúa como un sistema circulatorio que mantiene el flujo constante de bienes, datos y valor. Sin embargo, cada vez más empresas se enfrentan a un fenómeno silencioso que amenaza directamente su eficiencia y competitividad: la infraestructura fantasma.

Se trata de esa parte del sistema logístico: almacenes, flotas, equipos o capacidades tecnológicas que permanece infrautilizada o inactiva. Espacios vacíos, camiones estacionados, sistemas digitales no explotados al máximo. Un coste oculto que drena recursos, distorsiona la rentabilidad y debilita la capacidad de adaptación.
El coste invisible de la ineficiencia
El sector logístico, históricamente intensivo en activos, ha sido durante décadas un símbolo de escala y poder operativo. Cuantos más almacenes, metros cuadrados o vehículos, mayor era la percepción de fortaleza empresarial. Sin embargo, en un contexto marcado por la digitalización, la volatilidad de la demanda y la transición hacia modelos flexibles, la ecuación ha cambiado: la capacidad ociosa se ha convertido en un pasivo.
Mantener un almacén semi vacío o una flota inactiva no solo implica costes de mantenimiento, seguros y depreciación; también representa una pérdida de agilidad estratégica. Las empresas que no son capaces de ajustar dinámicamente su capacidad logística se vuelven más lentas para reaccionar ante picos de demanda, disrupciones en la cadena de suministro o cambios en el mercado.
En otras palabras, una infraestructura sobredimensionada no es un signo de fortaleza, sino de rigidez.
Un informe del World Bank Logistics Performance Index (LPI) ya advertía que la eficiencia en la gestión de activos logísticos es uno de los factores determinantes en la competitividad de los países. Aquellos que logran mantener una correlación saludable entre capacidad instalada y demanda real tienden a registrar mayores márgenes operativos y mejores niveles de servicio. El problema es que, en muchas organizaciones, esta correlación ni siquiera se mide con precisión.
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Infrautilización: un problema estructural
La raíz de la “infraestructura fantasma” es compleja y multifactorial. En algunos casos, deriva de errores de planificación estratégica, inversiones realizadas bajo previsiones de crecimiento que nunca se materializaron. En otros, se debe a limitaciones tecnológicas o culturales que impiden aprovechar el potencial existente.
- Modelos de previsión obsoletos:
En un mundo de demanda cambiante, basar las decisiones de capacidad en promedios históricos es una receta para la ineficiencia. Muchas empresas siguen dimensionando su infraestructura como si operaran en una economía estática, cuando hoy la elasticidad es el nuevo estándar. - Falta de integración digital:
Sistemas desconectados, datos dispersos y ausencia de visibilidad en tiempo real provocan que parte de la capacidad disponible quede literalmente “invisible” para los responsables de planificación. Sin una visión integral de activos, rutas, ocupación o tiempos muertos, resulta imposible optimizar. - Estructuras rígidas de propiedad:
La posesión de activos propios, en lugar de modelos compartidos o alquilados, dificulta la adaptación a ciclos de actividad. Lo que en tiempos de crecimiento parecía una inversión estratégica, en periodos de contracción se convierte en un lastre financiero. - Desalineación organizativa:
Cuando los departamentos de operaciones, finanzas y tecnología trabajan con objetivos no sincronizados, se generan decisiones contradictorias: se busca reducir costes mientras se mantienen capacidades por seguridad o por falta de información cruzada.
Impacto directo en la competitividad
La capacidad inutilizada no solo erosiona la rentabilidad, sino que compromete la posición competitiva de las empresas logísticas en tres niveles clave:
- Económico: cada metro cuadrado o kilómetro de flota ociosa representa capital inmovilizado. En un entorno de tipos de interés elevados y márgenes ajustados, el coste financiero de mantener activos improductivos puede ser determinante.
- Operativo: la ineficiencia limita la capacidad de respuesta. Una red sobredimensionada pero mal utilizada suele implicar procesos más lentos, rutas redundantes y mayores costes unitarios por envío o por pallet gestionado.
- Sostenibilidad: mantener infraestructuras en desuso implica consumo energético y emisiones innecesarias. En un contexto de transición verde, la huella de carbono asociada a activos fantasma se convierte también en un riesgo reputacional.
El resultado es una paradoja: empresas que invierten en innovación digital o en nuevas plataformas logísticas, pero continúan arrastrando estructuras físicas o tecnológicas que ya no aportan valor.
Del exceso a la optimización: una cuestión de inteligencia
La buena noticia es que las herramientas para revertir esta situación ya existen. La digitalización, correctamente orientada, puede transformar la infraestructura fantasma en inteligencia operativa.
Los avances en analítica predictiva, inteligencia artificial y sistemas de gestión basados en datos permiten hoy visualizar la capacidad real en tiempo real y anticipar picos o valles de demanda con notable precisión. El reto no es tecnológico, sino cultural: integrar la información y usarla para tomar decisiones.
Algunas líneas de acción incluyen:
- Digital Twins (Gemelos Digitales):
Modelar virtualmente las operaciones logísticas permite simular escenarios de uso, detectar ineficiencias y ajustar recursos sin afectar la operativa real. - Plataformas colaborativas y modelos de sharing:
Iniciativas como warehouse sharing o fleet pooling facilitan que empresas con excedente de capacidad la compartan con otras que la necesitan, convirtiendo un coste fijo en ingreso variable. - KPIs dinámicos de utilización:
Sustituir métricas estáticas (ocupación promedio) por indicadores en tiempo real (ratio de rotación, horas efectivas de uso, intensidad por activo). Lo que se mide, se mejora. - Revisión estratégica del porfolio de activos:
No toda infraestructura merece ser conservada. En ocasiones, la desinversión selectiva debe llevar a cerrar, vender o reconvertir espacios porque es la vía más inteligente para recuperar liquidez y agilidad.
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Cultura de eficiencia: el nuevo estándar competitivo
Abordar la infraestructura fantasma requiere algo más que herramientas: exige una transformación cultural.
Las organizaciones deben dejar atrás la lógica del “por si acaso” que es mantener activos para escenarios hipotéticos, y adoptar la del “según datos”, donde cada decisión esté respaldada por información actualizada y por un propósito claro.
Esto implica fortalecer la colaboración transversal entre áreas, fomentar la transparencia en los flujos de información y entender que la eficiencia no es solo una métrica operativa, sino un factor estratégico de competitividad.
Las empresas más exitosas del sector, desde operadores logísticos globales hasta startups de última milla, comparten una característica: convierten la eficiencia en cultura. Analizan, ajustan y optimizan de forma continua.
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De la sombra a la oportunidad
La infraestructura fantasma no tiene por qué ser un destino inevitable. De hecho, representa una oportunidad estratégica para quienes sepan reconocerla y actuar.
Un almacén vacío puede transformarse en un centro de consolidación flexible; una flota inactiva, en un servicio compartido; un sistema digital subutilizado, en una ventaja analítica.
El secreto está en reconfigurar la capacidad para convertirla en valor.
En un entorno donde la resiliencia y la adaptabilidad son los nuevos indicadores de éxito, reducir la ineficiencia no es solo una cuestión de costes, sino de supervivencia competitiva.
El futuro de la logística no pertenece a quienes tienen más infraestructura, sino a quienes la usan mejor.
La próxima frontera de la competitividad logística no se medirá en kilómetros de red ni en metros cuadrados de almacenamiento, sino en la capacidad de optimizar lo existente.
Eliminar la infraestructura fantasma no solo libera recursos; también impulsa innovación, sostenibilidad y agilidad. En una era marcada por la incertidumbre y la exigencia digital, las empresas que logren hacerlo habrán transformado el lastre invisible en una ventaja estratégica tangible.


