En nuestras interacciones por medio de redes sociales, correos electrónicos, uso de aplicaciones y un largo etcétera, a menudo no tenemos idea dónde se almacenan los datos, y mucho menos que país tiene jurisdicción. La comodidad y facilidad que nos brinda el uso de las herramientas digitales, en gran parte es suficiente para no preocuparnos por estos aspectos. Sin embargo, desde nuestro uso como individuos, hasta el impacto en los sistemas públicos y privados, conlleva a un planteamiento hacia el control de la información: esto abre el debate hacia la soberanía digital.
A pesar de que hemos vivido una transformación digital acelerada, la soberanía digital no es una preocupación nueva. El concepto aparece en Francia en el 2011, bajo el impulso de Pierre Bellanger que defendía que la soberanía digital es el dominio de la situación actual y el destino que manifestamos, que está dirigido por el uso de tecnologías y redes informáticas. Desde ese entonces, este concepto ha florecido en todos los programas políticos y ha dado forma a los discursos de muchos ministros, secretarios de Estado y perfiles expertos involucrados en temas digitales.
¿Qué es exactamente la soberanía digital?
La soberanía digital es el concepto que se refiere a la capacidad de tener control sobre el propio destino digital, refiriéndose a los datos, el hardware y software. Tras el auge de la revolución digital, los países sienten que han cedido demasiado control y que este se encuentra concentrado en muy pocos lugares. Debido a las pocas opciones en el mercado tecnológico, esto conlleva a demasiado poder en manos de un pequeño número de empresas tecnológicas. Dándole forma a este concepto se pretende llevar a la formulación de un consenso. Este permitirá la creación un sistema basado en reglas que permitan diversificar este poder a la vez que dar mayor propiedad de activos tecnológicos a nivel local, nacional y regional.
Cuestionamientos hacia la soberanía digital europea.
No es de extrañar que el interés de la defensa de la soberanía digital esté vinculada a la regulación en aspectos de la economía digital. Por ejemplo, en Francia, la economía digital representa más del 6% del PIB. Aunado al deseo de la población a reducir la dependencia de países extranjeros que asciende al 87%. Por lo que el interés converge en encontrar las vías para abordar la economía y soberanía digital desde un nivel nacional y como puede satisfacerse con una respuesta común a nivel europeo.
La estrategia europea actual se centra en la reducción en la dependencia de tecnología y capital no europeos. Siendo un aspecto importante, el que actualmente no existe una empresa europea dentro del Top 20 de marcas tecnológicas globales. Por lo que expertos proponen, que es inminente figurar como players globales en las áreas relacionadas con las tecnologías de la nube, la ciberseguridad y la infraestructura digital.
Por otro lado, se encuentra la cuestión relacionada con el pago de impuestos de las empresas digitales y tecnológicas que brindan servicios a nivel global. Se trabaja para generar políticas claras para definir donde estas empresas deberían pagar impuestos, así como, el momento en que una transacción financiera transfronteriza cae bajo la jurisdicción de una autoridad fiscal u otra.
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Los datos: la clave de la soberanía digital.
Otro de los aspectos relevantes dentro del debate es el control y conocimiento por parte del individuo en relación con sus datos y su huella dentro del mundo digital. Por ello, existe la necesidad por parte de los ciudadanos de saber dónde están sus datos y por otro lado las organizaciones y gobiernos, deben asegurar la protección y localidad de los datos.
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- Hay que pensar que cada año se crean y almacena un volumen de datos inmenso, que crece a gran rapidez. Se prevé que para el 2024, se crearán, copiarán y consumirán aproximadamente 149 zettabytes de datos en todo el mundo, lo que equivale a 149 mil trillones de bytes de información.
- Se estima que el 92% de todos los datos correspondientes a Europa occidental están alojados en Estados Unidos. Esto incluye todas las actividades en línea, desde las realizadas por las personas, como todos los datos de los gobiernos regionales y nacionales.
Estas cifras corroboran que los datos son el alma de la economía digital. Lo que permite eficiencia, sostenibilidad y flexibilidad para brindar mejores servicios a las personas, tanto en el sector privado como público. Estamos en el camino a que esto siga en aumento, hacia una economía y sociedad aún más basada en estos. Por lo que, la posibilidad de utilizar los datos para el bien de la sociedad requiere garantizar la privacidad y la protección del consumidor en todo momento.
Desde el punto de vista empresarial, el Internet, los smartphones y la llegada de los objetos inteligentes ha establecido a los datos como una nueva forma de trabajo que permite una gestión más dinámica y fluida de la cadena de valor y como herramienta comercial.
El valor de los datos en la empresa radica en el valor agregado del procesamiento de acuerdo con las necesidades de la empresa. Por lo que los datos, listos para su proceso son considerados para algunos como el nuevo petróleo. La capacidad de proceso de los datos supone un desafío estratégico para lograr gestionarlos de forma eficiente, que, al mismo tiempo, lograrlo se convierte en una ventaja competitiva para las empresas.
A nivel de perspectiva del cliente, el procesado de datos debe refinar su experiencia e interacción con las empresas de una forma que se adapte estrechamente a sus características, necesidades y requisitos.
Por lo que, en todos estos aspectos, el desafío empresarial reside en adoptar la transformación digital para aprovechar todo su potencial, a la par de evitar correr el riesgo de depender completamente de las empresas tecnológicas y proveedores de la nube específicos. Tal y como les ocurre a los gobiernos, para las empresas es también muy complicado lograrlo, debido a la complejidad del panorama actual digital y el número limitado de alternativas.
Para alcanzar la soberanía digital es necesario generar iniciativas de innovación responsable que involucren por medio de la cooperación a actores públicos y privados. De esta forma, sería posible la creación de un solo reglamento que permita abordarlo de forma conectada y que tenga el poder de adaptarse rápidamente al constante cambio tecnológico y social que experimenta el mundo en el presente y futuro.
Queda, por tanto, claro, que el objetivo de los países europeos y de sus empresas se ha fijado en ir consiguiendo poco a poco una mayor soberanía digital. Este proceso no será fácil debido al control que tienen las grandes empresas tecnológicas, fundamentalmente estadounidenses, de la situación. Además, la pandemia no ha hecho más que reforzar esta necesidad. El camino ya ha empezado a andarse, esperemos que en poco tiempo se den pasos significativos, nos jugamos mucho en ello.